El universo asoma a la vida
junto con nosotros;
junto con
nosotros, todas las cosas son una sola.
Chuang-tzu
En el noveno mes del año, cuando
comienzan a mermar las horas de luz y las noches ganan espacio sobre los días,
se celebra en Japón el Kiku no Sekku –
Festival del Crisantemo -, tradición que tiene su origen en la milenaria
cultura China, ritual estacional, durante el cual se acostumbraba a contemplar
las flores del crisantemo, mientras se degustaba el vino de esta flor, con el
fin de ahuyentar los espíritus que se esconden tras las sombras.
Mientras
las bajas temperaturas, con sus ráfagas de vientos fríos, despojan los paisajes
del verde de las hojas y las demás flores van perdiendo el brillo y el color,
el crisantemo ofrece sus pétalos a la luz otoñal, manteniendo su belleza
natural, con un esplendor capaz de desafiar a las temperaturas más intimidantes
y a las nieves tempranas.
Por esa entereza que le
caracteriza, en la Vía de la pintura oriental – sumie, el crisantemo es el
caballero encargado de recordarnos que no existen caminos sin adversidades. Al
pintarlo, nos muestra que una manera de hacerles frente para mantenernos en la
Vía, es disolver nuestro <yo> pincelada tras pincelada, hasta llegar a entrar, por
breves fragmentos de tiempo, en ese espacio de conciencia inmaterial donde la
naturaleza se manifiesta en su totalidad, descubriendo en la propia experiencia
que; El todo es mucho más que la suma de sus partes.
Esta
magnífica flor, que logra resistir y mantener su vitalidad hasta la llegada de
las grandes heladas, atesora en la integridad y cohesión de sus innumerables
pétalos, la fuerza que le asegura su resistencia. Representa el valor de la
unión, de los vínculos que nos relacionan, fortalecen y nutren a lo largo de
nuestra vida, es posible que por ello, en China, su país de origen, crisantemo
se pronuncie exactamente igual que la palabra reunirse, significativamente;
estar juntos.
Con una historia de más de tres
mil años, los crisantemos simbolizan dentro de la cultura china; nobleza,
tranquilidad, sinceridad y longevidad. Se estima que los primeros crisantemos
llegaron a Japón en el siglo VIII, donde despertaron tal admiración en el
pueblo japonés que fueron adoptados como flor nacional, siendo elegidos por el
propio emperador para ser el símbolo del emblema de la Familia Imperial
Japonesa y de la unión familiar.
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