Bajar el ritmo de vida cultivando la lentitud amplía la
percepción del tiempo, mientras que la mente puede empezar a experimentar una
nueva cadencia de vida, a experimentar sensaciones físicas y mentales nuevas y
desconocidas.
Quienes empiezan a practicar meditación, yoga o Taiji por
primera vez descubren con sorpresa un ritmo y una percepción de su experiencia
a los que no estaban acostumbrados.
Poco a poco, empiezan a oír con más claridad la frecuencia
de su respiración, los latidos de su corazón, los cambios en su tono muscular.
La "sinestesia", es decir, la participación de más de un órgano
sensorial en las sensaciones a la vez, de modo que la vista y el oído se
fusionan, la propiocepción y la acción se convierten en una sola cosa.
Adquirir una capacidad renovada de "autoescucha"
también permite centrar la mente en lo que se necesita, ahora y donde uno está.
Al mismo tiempo, uno se acostumbra a alejar el barullo de los pensamientos, la
agitación de los estados de ánimo incontrolados.
La lentitud ayuda a restablecer esos ritmos constantemente
perturbados por el ajetreo cotidiano. Induce una nueva conciencia, de modo que
la cadena que nos ata a la prisa, la impaciencia y la ansiedad empieza a
resquebrajarse, día tras día, hasta que finalmente se rompe.
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