· LOS TRES TESOROS DEL KUNGFU
Con esta nueva reflexión nacida de
fortuitas coherencias mentales intentaré abordar un tema polémico que
desventuradamente ha ido quedando replegado bajo las estructuraciones modernas
y los esquemas convencionales de instrucción. Concretamente me refiero al
concepto de esencia (精), energía (氣)
y espíritu (神).
Es indudable que la pedagogía es el
resultado de una metódica organización del conocimiento. En este sentido, cada
escuela de artes marciales es el producto de una consecuente decantación
histórica de sus propios mecanismos de adiestramiento. Si de metodología se
trata, podemos asegurar que existe una didáctica organicidad técnica en cada
uno de los segmentos estilísticos del Kungfu tradicional (傳統功夫).
Con solo observar la genealogía de
cualquiera de los clanes familiares del norte o del sur comprobaremos como el
linaje que representan sus exponentes es el resultado de un largo conjunto de
ideas. Obviamente, dondequiera que haya existido transmisión oral, secreta y de
carácter patrilineal, habrán también proliferado numerosos aportes técnicos y
muchos senderos de enseñanza. No tenemos que ser demasiados suspicaces para
comprender que los maestros fueron ponderando su saber con cuidado, sembrando
las semillas de la sabiduría en la mente de sus discípulos y puliendo sobre la
marcha los errores de sus antepasados.
Así, pues, lo que recibimos en nuestras
manos cuando nos adentramos en una escuela de artes marciales es un
entrenamiento dirigido a fortificar el cuerpo (強化身體),
abrir las puertas del entendimiento (打開理解), lustrar el intelecto, formar la
personalidad y refinar el espíritu.
¿Qué pretendo decir con estas palabras y
hacia dónde intento conducir la atención de mis lectores? Es sencillo, no
debemos caer en el error de generalizar la enseñanza del Kungfu o mutilar su
patrimonio acondicionándolo a una sintética preparación física (綜合體能訓練). A mi modo de ver las cosas, es imprescindible que
recobremos el sentido original de las artes marciales: “la creación de valores
humanos y el conocimiento de uno mismo”. No hay nada más valioso que la salud y
nada más honorable que su cultivo. En efecto, una mente equilibrada necesita de
un organismo sano y esta relación debe ser robustecida con un consecuente
entrenamiento. Inobjetablemente, el primer cambio que debemos instaurar no lo
decide el estilo, la medalla de oro, el traje incrustado de dragones o los
documentos lacrados, sino nuestra inmanente capacidad para comprender la
individualidad humana y las técnicas ancestrales que pueden moldear sus
desaciertos. Por mucho que queramos educar en paralelo, sabremos que en una
clase masiva hay historias diferentes, evoluciones kármicas y estadios de
visión anclados en numerosas personalidades. Paradójicamente, un médico no
puede curar recetando aspirinas a todas las dolencias que sobrevendrán en un
día de trabajo. Ha de ser incisivo y observador para definir los síntomas y
diagnosticar con sapiencia. Un dolor de cabeza puede tener causas múltiples y
es la mirada experta quien puede develar el origen. Igualmente sucede con el
arte del magisterio, a un discípulo que pretenda crecer no se le ofrece lo que
quiere, sino lo que necesita. De este modo, aunque una clase masiva pueda ser
útil como introducción general y propagación de las bases de una antigua cultura,
su posterior desarrollo ha de estar avalado por un intercambio directo y un
voluntarioso estudio.
Una vez que hemos diferenciado entre
arte marcial y mercadeo es infructuoso dictaminar un inflexible plan de clases
y pretender que todos los que asistan a un encuentro docente asimilen
rutinariamente sus estadios. El hombre no puede tratarse como si fuese una
máquina. Es un ser sensible, con un pasado intelectivo y una experiencia
emocional que pesa a sus espaldas. Aunque un maestro deportivo (體育老師)
crea que todo lo puede lograr con adecuaciones pedagógicas, formaciones
federativas y rígidas coreografías, un maestro del alma (靈魂大師)
sabrá que las transmisiones en grupo deben convertirse en enseñanzas personales
cotejadas bajo la confianza mutua, la demostración como punto de referencia, el
compromiso tenaz y la incansable perseverancia. Un maestro verdadero (真老師)
debe saber que su actitud y las conscientes demostraciones de sus hábitos, son
un poderoso ejemplo que repercute mucho más en sus seguidores que todas sus
rebuscadas palabras. En este nivel de compromiso, honestidad y transparencia,
lo que determina el avance no es la almidonada postura académica de los
especialistas del deporte que interponen nociones librescas y superficiales
adaptaciones, sino el manejo de una serie de teorías energéticas y filosóficas
que han sido claves en la gestación de muchos estilos.
Precisamente en este punto es donde
entran a funcionar los tres tesoros de la medicina tradicional china:
·
Jing (esencia, 精).
·
Qi (energía, 氣).
·
Shen (espíritu, 神).
La esencia ancestral o Yuan Jing como
muchos ya hemos leído, conforma el substrato congénito o del cielo anterior (元精).
Este código genético forma el embrión y archiva los códigos biológicos que
demarcan las características hereditarias y la duración de la vida. Como cada
órgano yace asociado a un orificio externo, el Jing renal se conecta con los
oídos. De aquí se infieren algunas interesantes relaciones. Siguiendo el hilo
de algunas añosas lecciones, si el estudiante aprende con su “cintura” (腰),
lo cual es una metáfora a la capacidad de escuchar las enseñanzas que su
maestro le depara con devota aptitud, será receptivo, atento, dispuesto a
modular sus patrones y altamente diligente en su labor de autodominio. Aprender
con la cintura (學習腰部) significa que hay “esencia” en el
aprendiz. Esto es algo sumamente trascendente. Si el neófito no posee “esencia”,
tampoco tendrá oídos que le permitan entrar en sintonía con los saberes del
pasado. No hay nada más terrible que un discípulo incapaz de escuchar.
El verso XLI del Daodejing sentencia:
“Cuando el hombre superior oye hablar
del Dao encauza su vida diligentemente. Cuando el hombre medio oye hablar del
Dao, en ciertas ocasiones lo guarda y en otras lo pierde. Cuando el hombre
inferior oye hablar del Dao, siempre ríe a carcajadas, su irreverente risa es
la garantía de su ignorante incomprensión del Dao” (上士聞道,
勤而行之, 中士聞道, 若存若亡, 下士聞道, 大笑之,不笑不足以為道).
Es curioso que el signo de sabio o Sheng
(聖) esté compuesto por una oreja (耳),
el pictograma de boca (口) y la figuración de un monarca o Wang (王).
O sea, la sabiduría es el arte de escuchar atentamente para convertirnos en
soberanos del mundo. Por esto se dice: “sólo los sabios escuchan” y “el
arrepentimiento siempre llega tarde”. Un recuento de adagios populares nos
podría introducir en la mentalidad del pueblo chino. No es casualidad que a
menudo se diga: Sha Jin Yao Dai o “apretarse el cinto” (煞紧腰带), como sinónimo de reforzar el ánimo y
la voluntad en una dirección específica.
Son pocos los discípulos que en nuestros
días aprenden con su Jing. La vida moderna ha ido matando los dones internos.
Las personas andan dispersas, ansiosas y compulsivas buscando estímulos
pasajeros. Hemos perdido el arte de escuchar y muchas veces ni siquiera somos
conscientes de nuestro propio cuerpo. Una mente fuera de centro es un salidero
constante de esencia y energía. Si la esencia es diluida en imágenes fugaces e
impresiones parásitas, el Qi también disipará su poder de cohesión, pues Jing y
Qi son dos componentes que andan indisolublemente unidos.
Para la concepción taoísta la
comprensión humana es cuestión de esencia, energía y espíritu. Si la esencia es
fuerte, pero la vida de la persona carece de organización, el Qi será
debilitado afectando muchos procesos mentales que obviamente dependen de una
adecuada circulación de energía. En tanto, si el Qi y la esencia son fuertes
pero el hombre se deja arrastrar por las tendencias modernas que dispersan los
sentidos y matan la luz del corazón, también terminará por extinguir a sus dos
aliados (esencia y energía) en una vida completamente desligada de sincronía
con el Dao.
La enseñanza tradicional del Kungfu (傳統功夫教學) debe restaurar esta pérdida dirigiendo a los neófitos
a una consecuente regeneración orgánica y una fructífera reanimación mental. La
acumulación de información en nuestros controvertidos panoramas tecnológicos no
es sabiduría, es simplemente “memorización pasiva” y peor aún, un banal
almacenamiento de nociones ajenas. A estos virus troyanos que entran dentro de
la psiquis y luego minan el sistema de creencias, los llamo metafóricamente
“chatarras mentales”. Obviamente, almacenar datos y transitar por la efímera
existencia en una competencia forzada y prejuiciosa de criterios ajenos y
propagandas despiadadas revividas para satisfacer la vanidad, el orgullo y la
presunción, no nos llevará a saborear el sabor de la “realización”. Cien libros
pueden evocarse haciendo uso de la facultad del repaso, la rememoración y el recuerdo,
pero en nada cambiarán nuestra intrínseca naturaleza si no hemos sido sinceros
en vivir del mismo modo en el que pensamos. La prédica despojada de práctica
sólo engendra frustración, hastío y dolorosas inhibiciones psicológicas.
El Kungfu debe realizarse con esencia y
energía. En el texto Taiji Wen Wu Jie (太極文武解- “La Comprensión de la Erudición y lo
Marcial”), se dice:
“La erudición es la esencia y lo marcial
su aplicación (文者軆也, 武者用也). La adquisición de los principios
albergados en el conocimiento escrito y oral contienen el sentido de lo
marcial, pero su uso posibilita emplear la esencia, la energía y el espíritu.
En esto consiste el cultivo físico. El entrenamiento marcial debe conducir
hacia el desarrollo mental. De este modo será posible manifestar los dictámenes
del corazón y las acciones del cuerpo”. (文功在武, 用於精氣神也, 為之軆育, 武功得文, 軆於心身也).
¿Cómo podremos llegar al lado más
recóndito de un discípulo si nuestra “pedagogía” es esquemática y sintética?
El Kungfu es una semilla que se siembra
en la tierra del corazón. El corazón atesora la mente y es la antesala del
espíritu. El espíritu es una forma de energía que debe ser sustentada por el Qi
y el Qi no poseerá consistencia fisiológica si es desligado de la esencia. Las
conclusiones que podemos sacar de estos análisis es inmensa y repercutirá en el
curso de nuestra perentoria existencia. Simplemente, el haber nacido como seres
humanos es un inmenso privilegio. Somos una fábrica orgánica que funciona bajo
el liderazgo del Dao capaz de transmutar esencia en energía (練精化氣),
energía en espíritu (練氣化神) y espíritu en conciencia (練神還虛).
Recordemos que el principio del Qi, es
el fundamento medular que subvenciona la concepción filosófica china. Esa
energía primordial que manifiesta cualidades a diferentes niveles, puede ser
abordada por medio de tres diferenciaciones importantes: energía celeste (天氣),
energía terrestre (地氣) y energía humana (人氣).
¿Acaso no nos queda clara la diferencia?
Enseñar bajo patrones deportivos puede contribuir a solidificar rutinas
mentales y estandarizadas habilidades físicas, pero no podrá jamás germinar
almas humanas libres de convencionalismos y dogmas. El Kungfu es “tiempo y
energía”, pero también es un arte de crecimiento espiritual. Un arte es
libertad de expresión y no una obsoleta automatización de los instintos.
Para los maestros de antaño los ojos
eran la puerta del espíritu y la boca la abertura del corazón. Por esta causa
se inventaron los claustros y los enclaves religiosos apartados del contacto
foráneo. Los monjes auténticos, no eran seres frustrados y encadenados al más
oscuro desamparo existencial como muchos suponemos, sino “fieles trabajadores
de la conciencia”. Estos “artesanos del alma” sabían que muy poco se puede
obtener en cualquier rama de cultivo interno si no logramos que la práctica
física incida a nivel de esencia, energía y espíritu.
No todos los metales preciosos muestran
sus fulgores a simple vista. Aunque este saber procede de Oriente, ya no es tan
fácil encontrar a un mentor dispuesto a traspasar su conocimiento sin intereses
económicos o adaptaciones mercantiles.
Las artes marciales han ido perdiendo su
legitimidad y suelen ser recubiertas de ostentosas apariencias. No hay
alternativas, el único modo de avanzar en la senda evolutiva es caminando y las
caídas que suframos no deben ser motivo de renuncia, sino de un optimista
anhelo por continuar ascendiendo. Un viejo proverbio nos advierte con mesura:
“si la experiencia no cae en el olvido, servirá para labrar el futuro” (前事不忘,
後事之師).
Viena, 18 de julio - 2019
Copyright © - Shifu Tony Rey García
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